LA ÉPOCA DORADA
TÍTULO ORIGINAL: Edmond
DIRECCIÓN: Alexis Michalik
FECHA Y LUGAR DE NACIMIENTO DEL DIRECTOR: 13 de Diciembre de 1982, París (Francia)
INTÉRPRETES: Thomas Solivéres, Dominique Pinon, Olivier Gourmet, Guillaume Bouchède, Alexis Michalik, Simon Abkarian, Blandine Bellavoir, Mathilde Seigner, Antoine Duléry, Clémentine Célarié, Alice de Lencquesaing, Jean-Michel Martial, Dominique Besnehard, Bernard Blancan, Lionel Abelanski, Nicolas Briançon
GUIONISTA: Alexis Michalik
FOTOGRAFÍA: Giovanni Fiore Coltellacci
MÚSICA: Romain Trouillet
GÉNERO: Comedia
PRODUCCIÓN: Légende Films, Rosemonde Films, Umedia, Gaumont, France 2 Cinéma, C2M Productions, Ezra, Nexus Factory, Entourage Pictures, Canal+, France Télévisions, OCS
DISTRIBUIDORA EN ESPAÑA: A Contracorriente Films
DURACIÓN: 112 minutos
SINOPSIS:
París, 1897, en plena Belle Époque. Edmond Rostand es un dramaturgo prometedor. Pero todo lo que ha escrito ha sido un fracaso y ahora sufre una parálisis creativa total. Gracias a su admiradora, la gran actriz Sarah Bernhardt, conoce al mejor actor del momento, Constant Coquelin, que insiste en interpretar su próxima obra. Y, además, quiere estrenarla dentro de tres semanas. El gran problema para Edmond es que todavía no la tiene escrita. Ni siquiera sabe de qué va. Solo tiene el título: "Cyrano de Bergerac".
(Fuente de la sinopsis: A Contracorriente Films)
(Fuente del cartel y las imágenes: Image.net-A Contracorriente Films)
(Fuentes de la información de la película: Filmaffinity, A Contracorriente Films, IMDb)
CRÍTICA:
El director y guionista Alexis Michalik nos presenta su ópera prima. La película nos va contando la creación de una de las obras más importantes de toda la historia, se trata de "Cyrano de Bergerac". La película es de 2018 y tenia previsto su estreno en salas ahora, pero por motivos de esta pandemia que estamos sufriendo se ha estrenado directamente en algunas plataformas.
La historia está ambientada a finales de 1897 en la ciudad de París, era una época donde La Belle Époque estaba en todo su auge. Toda la trama gira en torno al dramaturgo y poeta Edmond Rostand, que tiene 29 años y lleva dos años sin escribir nada nuevo. Su última obra llamada "La princesa distante" fue un auténtico fracaso, y eso que contaba con la presencia de la maravillosa actriz de teatro Sarah Bernhardt.
Los días van pasando y el joven dramaturgo no sabe que hacer para poder seguir viviendo en una ciudad bastante cara, su mujer y sus hijos necesitan alimentarse, pero su vena creativa está completamente apagada. Y mientras tanto su mayor competidor, el dramaturgo Georges Feydeau está triunfando con su nueva obra en la capital francesa.
Pero cuando todo parecía perdido, una serie de casualidades cambiaron el destino, Edmond conoció al exitoso actor Constant Coquelin, entró en una cafetería cuyo dueño tenía una biblioteca oculta y ayudó al joven a escribir su nueva obra. Pero quien realmente le inspiro fue una joven y bella muchacha llamada Jeanne. Era la supuesta novia de uno de sus mejores amigos. Con todo esto, y con la ayuda de dos inversores con una identidad bastante dudosa, el joven consiguió sacar adelante su proyecto.
La película se divide en varias partes, la primera es la más densa y cuesta un poco entrar en la historia, nos muestra un París nocturno y lleno de fantasía, pero con un poeta en estado de desgracia, empeñado en utilizar la prosa. Pero a medida que la cinta se va desarrollando y van empezando los ensayos en el teatro todo se vuelve mágico. El joven empieza a escribir unas cartas que sirvieron de inspiración para la obra.
La cinta tiene un ritmo adecuado, una puesta en escena excelente y un elenco de actores que realizan unas interpretaciones estupendas, es verdad que casi parece que estamos viendo una obra de teatro más que una película. En la parte final es donde vemos los mejores momentos, con unos movimientos de cámara magníficos que meten al espectador en la representación. Puede que todo lo que nos cuenta la película no sea real, pero que importa, lo importante es lo bien que te lo pasas durante su visionado. Muy recomendable.
Puntuación: 7.5/10
LO MEJOR: La magia que trasmite y su puesta en escena.
LO PEOR: En la primera parte cuesta un poco entrar en la película.
(Crítica escrita por Christopher Laso)
CRÍTICAS EN BLOGS ESPECIALIZADOS:
José Antonio Alarcón en Séptimo Escenario
Pedro de Frutos en El Ónfalos
Pedro de Frutos en Coveralia
Ricardo Pablo López en Destino Arrakis
PODCAST:
DÍAS DE CINE:
ENTREVISTA AL DIRECTOR:
¿CUÁL ES LA GÉNESIS DE EDMOND?
Es un proyecto que tengo desde hace más de quince años. La primera chispa tuvo lugar en 1999, cuando vi en el cine Shakespeare enamorado; Joe Madden, basándose en hechos reales, narra cómo gracias a una bella musa el joven Shakespeare, por entonces acribillado a deudas, recupera la inspiración y escribe su obra maestra más grande, Romeo y Julieta. Entonces me pregunté por qué en Francia no habíamos hecho nunca un film parejo. Pero en aquel momento la cuestión se quedó en una simple reflexión…
Algunos años más tarde, cae en mis manos un dossier pedagógico en el que se relatan las circunstancias en torno a la «première» del Cyrano. Y entonces recordé la película de Madden, y me dije que era increíble que todavía nadie hubiera pensado en narrar el que fue el mayor «triunfo histórico» del teatro francés, también el último puesto que se produjo justo antes de la llegada del cinematógrafo, cuando ya no serán las piezas teatrales sino las películas como Lo que el viento se llevó las que devendrán triunfos torrenciales.
Entonces comencé a leer todo lo que existía sobre y en torno al Cyrano. Me di cuenta de que su autor, Edmond Rostand, tan sólo contaba veintinueve años cuando escribió la pieza. ¡Componer una obra maestra como ésta antes de cumplir los treinta! ¡Estaba atónito! Comencé a tomar notas y fui a visitar a Alain Goldman, quien me exhortó a que desarrollara un guión. Durante ese periodo, buscamos a un realizador ya que en aquel momento no pensaba dirigirlo yo mismo... Hará unos seis años... Acababa de cumplir los treinta. Por más que nos esforzamos, no logramos la financiación para la película; se consideró demasiado cara…
Estaba a punto de abandonar cuando partí de viaje a Londres. Y allí, increíblemente, entre los espectáculos que se ofrecían, estaba la adaptación teatral de ¡Shakespeare enamorado! La pieza resultó tan maravillosa y con tan espectacular acogida que aquello me volvió a avivar la idea de retomar mi Edmond y de escribirlo para el teatro, previo sometimiento del propósito a Alain Goldman. Dado que Le Porteur d’Histoire y Le Cercle des illusionnistes no habían funcionado mal, me dieron luz verde. Pese al considerable número de actores que Edmond necesita, el Théâtre du Palais Royal se avino a representar la pieza... Fue tal el éxito que muy poco después conseguimos el dinero para financiar la película...
EN CIERTO MODO, CON EDMOND USTED HA REPETIDO EL «GOLPE DE EFECTO» DEL CYRANO…
No hay que exagerar, no es comparable (ríe). No he sido condecorado con la Legión de Honor como Rostand, ni admitido en la Academia Francesa ¡inmediatamente después de la primera representación de Edmond! Aunque existen ciertas pequeñas similitudes entre su recorrido y el mío. Por ejemplo, y aunque fuera mil veces menos excelso, también tuve, como el padre del Cyrano, mi primer éxito teatral con veintinueve años (con Le Porteur d’Histoire). Y aunque éste haya ocurrido en dos o tres años, y no en una sola velada, como un tsunami, he constatado cómo un éxito puede cambiar la vida de un autor. Innegablemente, hay un antes y un después.
¿PRESINTIÓ EL ÉXITO DE EDMOND? ¿LO HA ANALIZADO?
En teatro, los éxitos son imprevisibles. A veces se deben a poca cosa, al espíritu de los tiempos o al simple boca-oreja. Es luego, cuando son un hecho, que se puede intentar analizarlos. El éxito de Edmond puede que se explique porque a través del retrato de Rostand el texto escenifica y permite «comprender» el que puede sea el héroe francés por excelencia, Cyrano de Bergerac, un hombre ni bello ni ambicioso, pero que posee esa pequeña habilidad adicional que tanto nos encanta en Francia y que denominamos desenvoltura. Es un hombre enérgico que sitúa los sentimientos por encima de todo, un tímido poco agraciado que no tiene otra ambición que la de amar.
Actualmente, como dicen los anglosajones, lo clasificaríamos como un magnífico «loser». En Francia, donde contrariamente a América no nos gustan ni los «winners» ni los tipos demasiado bellos, no podemos más que amarlo. Llega a todas las categorías y a todos los estratos de la sociedad. Es universal...
La «forma» de Edmond puede que también haya jugado a su favor. Lo he concebido como un auténtico espectáculo. En escena, todo se mueve, bulle, rebosa de gente, los cambios de decorados son muchos y acontecen a la vista. Hay humor, emoción, poesía y ritmo. Es un espectáculo a la americana, como los que se ofrecen en Broadway. Se ve Edmond como se ve una comedia musical, con la diferencia de que ¡no hay canciones! (ríe).
¿DÓNDE HA RODADO?
En la República Checa, y particularmente en Praga, donde hemos modificado las calles para recrear las de París de finales del XIX... Arquitectura, cafés, edificios... Praga fue perfecta para lo que quería hacer: salir de un París realista para entrar en otro un tanto idealizado. En esta «Belle Époque», que al tiempo también fue la de la aparición de la electricidad, París tenía algo de maravilloso. Deseaba dar cuenta de su magia, un poco como Jean-Pierre Jeunet supo hacer con el Montmartre de su Amélie Poulain. Para ello, hemos recurrido a no pocos efectos especiales.
También en Praga encontramos el teatro en el que rodamos todo cuanto concierne a los ensayos y representaciones del Cyrano.
A PROPÓSITO, PARA RODAR LA ESCENA DE LA MUERTE DE CYRANO, ¿POR QUÉ ABANDONA EL TEATRO A FAVOR DEL ESCENARIO NATURAL DEL CLAUSTRO DE UN CONVENTO?
Dado que se trataba de la única escena verdaderamente trágica de mi historia, que es una comedia, creo que es el único medio para que en aquel momento preciso el público sienta la verdad de tal emoción. Que no sea ni en el teatro ni en el cine, sino en un instante de auténtica vida, lo que haga perder toda noción del tiempo y del lugar, que evanezca toda idea de «interpretación». Quería que en ese momento de la muerte de un héroe sublime, la gente olvide dónde está, que ya no se vea ante un actor sino enfrentada a sí misma.
USTED LLEVA SU PELÍCULA «A BUEN RITMO»...
Si he de decir la verdad, además de la dirección de actores, el ritmo es una de mis mayores preocupaciones. ¿Un tiempo muerto? ¿Un relleno? Y se instala el aburrimiento, lo que no soporte ni en el teatro ni en el cine. Me encanta que las cosas se muevan. He crecido con las películas de Spielberg y Zemeckis, cintas para el público de masas, inteligentes pero que no se detienen jamás en nada y no se pretenden intelectuales. Son films obvios, bien ejecutados, populares, lo que no les impide ser al tiempo exigentes. Concibo mis películas así... He intentado hacer lo mismo con mi Edmond cinematográfico.
Para mantener el buen tempo, ese diablo de Offenbach y sus composiciones virtuosas ¡me han ayudado mucho! (ríe) También los actores, quienes todos, sin excepción alguna, entraron juntos en mi «juego». Han trabajado como a mí me gusta, con mucha celeridad, mano a mano, sin priorizar egos. Siempre llegaban al plató con el texto aprendido y se sometían de buen grado a las dificultades de los planos secuencia. Todos han sido formidables y adorables.
¿POR QUÉ HA CONFIADO EN THOMAS SOLIVÉRÈS PARA EL PAPEL DE EDMOND?
Conozco a Thomas desde hace mucho tiempo; me fijé en él hará unos diez años cuando, siendo un actor jovencísimo, estaba en Aviñón. Me decían que era un buen tipo. Fui a verlo actuar y descubrí que además de ser un buen colega era un excelente actor. Un día, encontrándose en medio de dos películas, aceptó gentilmente acercarse para hacer de figurante en uno de mis cortos, sin preguntar ni poner condiciones. Me pareció adorable de su parte. Pensé inmediatamente en él para el personaje de Edmond porque tiene la edad del papel y porque aunque su aspecto sea juvenil es capaz de expresar una gran madurez. Además, trabaja mucho. La prueba: para superar los ensayos, se aprendió cuarenta páginas de texto ¡en quince días! Conozco a algunos que ya estarían contentos sabiéndose una cuarta parte. Y no sólo se sabía el texto hasta la última coma, sino que se había estudiado su Rostand como un loco... Cuando se dispone de un actor protagonista que se entrega a fondo de tal modo, está dado que los otros vienen detrás. Así, se hicieron verdaderas sesiones de trabajo. Vino con una maquilladora, se colocó un mostacho, los cabellos peinados hacia atrás, y vistió un traje alquilado; preparamos juntos veinte minutos de ensayos. Cuando se presentó ante los productores, éstos, que se mostraban bastante dubitativos, de pronto exclamaron ¡bingo!
CASI CONTRA TODO PRONÓSTICO, OFRECIÓ EL PAPEL DE COQUELIN A OLIVIER GOURMET...
Olivier es un actor inmenso. Forma parte de esos actores, pocos, que pueden interpretarlo todo, absolutamente todo. Pero ocurre que la mayoría de las veces se le ofrecen papeles de canalla, de violador, de sádico, o de tipo serio. Hace mucho tiempo que no se lo veía en una comedia. Pensé en él de inmediato, pues al asumir el papel del «gargantuesco» Coquelin, también tenía que ampararse del tan complejo y peculiar del Cyrano, con esa escena de su muerte en particular, en la que ha de hacer olvidar que es un actor para aparecer como un hombre enfrentado a su condición... Y evidentemente estuvo más que perfecto. Es alguien con un humor loco y una bondad sin igual, siempre escucha al otro. De ecuanimidad inquebrantable, jamás lo he visto enervarse, aunque tras ocho horas por día enfundado en botas, pesada coraza y peluca bien habría podido... Se avino a la actuación del grupo con lealtad ejemplar.
AL VER SU PELÍCULA, SE TIENE LA IMPRESIÓN DE QUE HA LOGRADO UNIR A TODO SU REPARTO EN ESE ESPÍRITU DE GRUPO...
¡Tanto mejor! (Ríe). Quería que se tuviera la impresión de ¡una película de «banda»! La presencia de cada actor me ha significado un regalo. Mathilde Seigner, que aceptó encarnar a la actriz harpía con abnegación increíble. Lo que tenía que hacer no era fácil ni en el plano psicológico, ni en el del savoir-faire, ni en el del tempo... Alice de Lencquesaing, a quien conocí, como Thomas, en Aviñón, y quien conmigo creó la pieza Intra Muros, y quien ha reelaborado para la película, con una precisión alucinante, la que fue fiel compañera de Rostand, Rosemonde Gérard... Lucie Boujenah, quien da vida a Jeanne, la pequeña encargada de vestuario catapultada en contra de su voluntad al papel de Roxane la velada de la «première» del Cyrano. Lucie no tenía mucha experiencia y sin embargo sedujo a todo el mundo. Hice audición a cuarenta actrices para el papel. Se lo llevó ella puesto que, al mismo tiempo que era capaz de emanar por igual candidez y madurez, tenía también la voz y la precisión, la juventud y la energía requeribles... Tom Leeb, quien aceptó sin queja asumir el rol de Christian, un papel, como lo canta Jacques Brel, «Beau, beau, beau et con à la fois! (¡Bello, bello, bello y estúpido a la vez!)» que asimismo exigía mucho humor y capacidad para reírse de sí mismo. Tom es un tipo increíble. Lo sabe hacer todo: canta como los dioses, toca la guitarra, tiene sentido de la comedia y de la tragedia. Además, resulta tan atlético como simpático, tan divertido como conmovedor, tan caballeroso como educado. Es mucho. Sin duda demasiado para Francia, donde se prefiere ¡a los actores atormentados! No está haciendo la carrera que se merece (ríe)...
Y después, todavía están Clémentine Célarié, que asumió, con voz de contralto, divertida energía y sentido de la comedia que le son propias, el papel de Sarah Bernhardt... Igor Gotesman, el director de Five, con Pierre Niney, quien interpreta con glotonería el hijo de Coquelin, de escasas luces pero muy gentil... Y Olivier Lejeune, quien se divierte como un loco haciendo el histrión... Y Jean-Michel Martial, cuya jovialidad inalterable y hermosa locuacidad le han permitido componer un conmovedor y generoso Monsieur Honoré... Y mi compañero, socio y productor, Benjamin Bellecour, quien ha experimentado un taimado placer disfrazándose de Courteline... Y Dominique Pinon, impagable como regidor paternalista y bocazas... Y Antoine Duléry... Y Nicolas Briançon... Y Dominique Besnehard, quien aceptó el papel de un director de teatro irascible... Y Pascal Zelcer, quien, al volver a su primer oficio, el de actor, ha dejado su quehacer como agregado de prensa para encarnar a un diseñador de vestuario... No recuerdo a todos... Pero... agradezco aquí a todos haber sabido formar un bello grupo, pese a sus diferencias... Gracias también a mis productores, quienes me han permitido escoger a los actores con total libertad.
¿Y USTED, EN EL PAPEL DE FEYDEAU?
Dar vida a un autor de éxito un tanto antipático para mí ha sido como un guiño. También me permitía ¡entrar en el grupo! Además, me encanta estar en misa y repicando... ¡Es mi lado hiperactivo! Araño un tanto a Feydeau, pero con ternura, pues de hecho ¡adoro su teatro!
¿PRESINTIÓ EL ÉXITO DE EDMOND? ¿LO HA ANALIZADO?
En teatro, los éxitos son imprevisibles. A veces se deben a poca cosa, al espíritu de los tiempos o al simple boca-oreja. Es luego, cuando son un hecho, que se puede intentar analizarlos. El éxito de Edmond puede que se explique porque a través del retrato de Rostand el texto escenifica y permite «comprender» el que puede sea el héroe francés por excelencia, Cyrano de Bergerac, un hombre ni bello ni ambicioso, pero que posee esa pequeña habilidad adicional que tanto nos encanta en Francia y que denominamos desenvoltura. Es un hombre enérgico que sitúa los sentimientos por encima de todo, un tímido poco agraciado que no tiene otra ambición que la de amar.
Actualmente, como dicen los anglosajones, lo clasificaríamos como un magnífico «loser». En Francia, donde contrariamente a América no nos gustan ni los «winners» ni los tipos demasiado bellos, no podemos más que amarlo. Llega a todas las categorías y a todos los estratos de la sociedad. Es universal...
La «forma» de Edmond puede que también haya jugado a su favor. Lo he concebido como un auténtico espectáculo. En escena, todo se mueve, bulle, rebosa de gente, los cambios de decorados son muchos y acontecen a la vista. Hay humor, emoción, poesía y ritmo. Es un espectáculo a la americana, como los que se ofrecen en Broadway. Se ve Edmond como se ve una comedia musical, con la diferencia de que ¡no hay canciones! (ríe).
REPETIRLO PARA LA PANTALLA ¿LE HA EXIGIDO HACER MUCHAS MODIFICACIONES DE GUIÓN?
Por lo que se refiere al texto, no. Lo esencial está allá. Tan sólo he cortado dos o tres cosas, he proveído de mayor fluidez a otras, he añadido algunas frases por aquí y por allá. La única escena que he reescrito por entero es la de Monsieur Honoré. Para que se comprendiera bien este personaje, lo quise actuando en medio de libros, en una especie de biblioteca...
En cambio, para el traspaso a la cámara, he revisado enteramente la puesta en escena y la escenografía. En cine, se ha de mostrar todo...
Por lo que se refiere al texto, no. Lo esencial está allá. Tan sólo he cortado dos o tres cosas, he proveído de mayor fluidez a otras, he añadido algunas frases por aquí y por allá. La única escena que he reescrito por entero es la de Monsieur Honoré. Para que se comprendiera bien este personaje, lo quise actuando en medio de libros, en una especie de biblioteca...
En cambio, para el traspaso a la cámara, he revisado enteramente la puesta en escena y la escenografía. En cine, se ha de mostrar todo...
¿POR QUÉ HA MANTENIDO EN EL FILM EL PRÓLOGO DE LA PIEZA TEATRAL?
Cada vez que comienzo una historia, me pregunto cómo acabará, y sobre todo cómo va a comenzar. Pieza teatral o guión cinematográfico, el arranque es esencial, es preciso dar al espectador las armas para que no se pierda. Aunque sea un loco del cine que haya visto miles de películas de todos los géneros, necesito que se me diga el por qué del cómo. El prólogo, que es un «instrumento» muy shakespeariano, es perfecto para esto. Permite explicar dónde estamos y lo que ocurre en ese momento preciso en que da inicio la historia... Por ejemplo, si al comienzo de Edmond me hubiera contentado con incrustar la cifra 1895 en la pantalla, ello no hubiera evocado a la gente más que una fecha. Por el contrario, al recordar con imágenes que aquella época fue la que vio la aparición de los primeros coches, el comienzo de la aviación, los inicios del cine, y el pleno auge del cancán, para el espectador ¡todo cobra otro sentido!
Cada vez que comienzo una historia, me pregunto cómo acabará, y sobre todo cómo va a comenzar. Pieza teatral o guión cinematográfico, el arranque es esencial, es preciso dar al espectador las armas para que no se pierda. Aunque sea un loco del cine que haya visto miles de películas de todos los géneros, necesito que se me diga el por qué del cómo. El prólogo, que es un «instrumento» muy shakespeariano, es perfecto para esto. Permite explicar dónde estamos y lo que ocurre en ese momento preciso en que da inicio la historia... Por ejemplo, si al comienzo de Edmond me hubiera contentado con incrustar la cifra 1895 en la pantalla, ello no hubiera evocado a la gente más que una fecha. Por el contrario, al recordar con imágenes que aquella época fue la que vio la aparición de los primeros coches, el comienzo de la aviación, los inicios del cine, y el pleno auge del cancán, para el espectador ¡todo cobra otro sentido!
¿DÓNDE HA RODADO?
En la República Checa, y particularmente en Praga, donde hemos modificado las calles para recrear las de París de finales del XIX... Arquitectura, cafés, edificios... Praga fue perfecta para lo que quería hacer: salir de un París realista para entrar en otro un tanto idealizado. En esta «Belle Époque», que al tiempo también fue la de la aparición de la electricidad, París tenía algo de maravilloso. Deseaba dar cuenta de su magia, un poco como Jean-Pierre Jeunet supo hacer con el Montmartre de su Amélie Poulain. Para ello, hemos recurrido a no pocos efectos especiales.
También en Praga encontramos el teatro en el que rodamos todo cuanto concierne a los ensayos y representaciones del Cyrano.
ESTA VOLUNTAD DE ESCAPAR AL REALISMO CONFIERE A SU PELÍCULA CIERTA TEATRALIDAD...
Mi película es una declaración de amor al teatro, a sus actores, a su artesanía, y a sus ilusiones. No hago sino evocar a Rostand. También he incluido a Feydeau, Courteline, Sarah Bernhardt, Coquelin, etc. En suma, todos esos autores y actores que en aquella época sabían generar sobre el escenario verdaderos acontecimientos populares hechos de gracia y comicidad, festividad, poesía y drama. Quería que nos diéramos cuenta de que en el siglo XIX se acogían las nuevas obras de teatro como hoy las superproducciones. Cuando Cyrano irrumpía en el escenario en 1895, generaba el mismo tipo de excitación que Juego de Tronos en 2011. En aquel tiempo, la imagen del teatro no era ni polvorienta ni tediosa. Todo lo contrario. Y no hay ningún motivo por el cual haya de serlo actualmente. Es preciso seguir mostrando que las tablas pueden ser fuente de ensueño y de lo «extraordinario». No es un arte antinómico o incompatible con el cine. Se pueden ejercitar ambos, amar los dos, e incluso mezclarlos.
Mi película es una declaración de amor al teatro, a sus actores, a su artesanía, y a sus ilusiones. No hago sino evocar a Rostand. También he incluido a Feydeau, Courteline, Sarah Bernhardt, Coquelin, etc. En suma, todos esos autores y actores que en aquella época sabían generar sobre el escenario verdaderos acontecimientos populares hechos de gracia y comicidad, festividad, poesía y drama. Quería que nos diéramos cuenta de que en el siglo XIX se acogían las nuevas obras de teatro como hoy las superproducciones. Cuando Cyrano irrumpía en el escenario en 1895, generaba el mismo tipo de excitación que Juego de Tronos en 2011. En aquel tiempo, la imagen del teatro no era ni polvorienta ni tediosa. Todo lo contrario. Y no hay ningún motivo por el cual haya de serlo actualmente. Es preciso seguir mostrando que las tablas pueden ser fuente de ensueño y de lo «extraordinario». No es un arte antinómico o incompatible con el cine. Se pueden ejercitar ambos, amar los dos, e incluso mezclarlos.
A PROPÓSITO, PARA RODAR LA ESCENA DE LA MUERTE DE CYRANO, ¿POR QUÉ ABANDONA EL TEATRO A FAVOR DEL ESCENARIO NATURAL DEL CLAUSTRO DE UN CONVENTO?
Dado que se trataba de la única escena verdaderamente trágica de mi historia, que es una comedia, creo que es el único medio para que en aquel momento preciso el público sienta la verdad de tal emoción. Que no sea ni en el teatro ni en el cine, sino en un instante de auténtica vida, lo que haga perder toda noción del tiempo y del lugar, que evanezca toda idea de «interpretación». Quería que en ese momento de la muerte de un héroe sublime, la gente olvide dónde está, que ya no se vea ante un actor sino enfrentada a sí misma.
CUANDO RETOMÓ EDMOND PARA LLEVARLO AL CINE, ¿TENÍA MIEDO A LOS PROBLEMAS INHERENTES A UNA «FILMACIÓN» PROPIAMENTE DICHA?
Sin querer parecer pretencioso, en absoluto. Aunque ya no era un auténtico debutante; había realizado cortometrajes en platós bastante «complejos», y todo fue bien.
Además, soy un apasionado del cine desde pequeño. Cuando adolescente, disponía de un pase que me permitía ver dos películas por día. Nada más regresar del instituto, me ponía los patines y me iba al cine. Me tragaba todo lo que salía y lo analizaba. Cuando llegó el boom de las series, hice lo mismo. Soy un consumidor compulsivo de películas, pero también de mangas, cómics y libros. Cuando escribo, me nutro de todo ello.
Durante la fase de reescritura de Edmond, sí, a menudo pensaba en el modo en que iba a rodar las escenas. Pensaba en todos esos directores que admiro: a voleo, Christopher Nolan, Billy Wilder, Vincente Minelli, Alejandro Iñarittu, Jacques Tati... Pero me di cuenta de que de hecho, y fuera el que fuera el modelo que tuviera en mente, a menudo las mejores soluciones se encuentran al llegar al plató. A esto se llama pragmatismo.
Contrariamente a otros, no hago storyboards, en cambio sé exactamente qué ritmo imprimir a mis secuencias. Al disponer de gran experiencia en el teatro, organizarlas me pide poco tiempo. Además, está el hecho de que al haber tenido que montar Edmond con repartos diferentes, conozco la obra de memoria. En el teatro, mis puestas en escena a menudo lo son de transición. Para dar impresión de energía y fluidez, todo se encadena con mucha rapidez. He querido lo mismo para mi película. He rodado muchísimo con steadicam, que no sólo da ilusión de gran movilidad sino que permite rodar rápidamente y mucho. También he hecho muchos planos secuencia. Para el resto, he ido aprendiendo sobre «la marcha» a medida que avanzaba el rodaje. Un día, proponíamos intentar sacar la grúa, otro día, los rieles, y luego… Nos familiarizamos con la «gramática» del cine y acabamos por intentar muchas cosas.
Sin querer parecer pretencioso, en absoluto. Aunque ya no era un auténtico debutante; había realizado cortometrajes en platós bastante «complejos», y todo fue bien.
Además, soy un apasionado del cine desde pequeño. Cuando adolescente, disponía de un pase que me permitía ver dos películas por día. Nada más regresar del instituto, me ponía los patines y me iba al cine. Me tragaba todo lo que salía y lo analizaba. Cuando llegó el boom de las series, hice lo mismo. Soy un consumidor compulsivo de películas, pero también de mangas, cómics y libros. Cuando escribo, me nutro de todo ello.
Durante la fase de reescritura de Edmond, sí, a menudo pensaba en el modo en que iba a rodar las escenas. Pensaba en todos esos directores que admiro: a voleo, Christopher Nolan, Billy Wilder, Vincente Minelli, Alejandro Iñarittu, Jacques Tati... Pero me di cuenta de que de hecho, y fuera el que fuera el modelo que tuviera en mente, a menudo las mejores soluciones se encuentran al llegar al plató. A esto se llama pragmatismo.
Contrariamente a otros, no hago storyboards, en cambio sé exactamente qué ritmo imprimir a mis secuencias. Al disponer de gran experiencia en el teatro, organizarlas me pide poco tiempo. Además, está el hecho de que al haber tenido que montar Edmond con repartos diferentes, conozco la obra de memoria. En el teatro, mis puestas en escena a menudo lo son de transición. Para dar impresión de energía y fluidez, todo se encadena con mucha rapidez. He querido lo mismo para mi película. He rodado muchísimo con steadicam, que no sólo da ilusión de gran movilidad sino que permite rodar rápidamente y mucho. También he hecho muchos planos secuencia. Para el resto, he ido aprendiendo sobre «la marcha» a medida que avanzaba el rodaje. Un día, proponíamos intentar sacar la grúa, otro día, los rieles, y luego… Nos familiarizamos con la «gramática» del cine y acabamos por intentar muchas cosas.
Si he de decir la verdad, además de la dirección de actores, el ritmo es una de mis mayores preocupaciones. ¿Un tiempo muerto? ¿Un relleno? Y se instala el aburrimiento, lo que no soporte ni en el teatro ni en el cine. Me encanta que las cosas se muevan. He crecido con las películas de Spielberg y Zemeckis, cintas para el público de masas, inteligentes pero que no se detienen jamás en nada y no se pretenden intelectuales. Son films obvios, bien ejecutados, populares, lo que no les impide ser al tiempo exigentes. Concibo mis películas así... He intentado hacer lo mismo con mi Edmond cinematográfico.
Para mantener el buen tempo, ese diablo de Offenbach y sus composiciones virtuosas ¡me han ayudado mucho! (ríe) También los actores, quienes todos, sin excepción alguna, entraron juntos en mi «juego». Han trabajado como a mí me gusta, con mucha celeridad, mano a mano, sin priorizar egos. Siempre llegaban al plató con el texto aprendido y se sometían de buen grado a las dificultades de los planos secuencia. Todos han sido formidables y adorables.
Conozco a Thomas desde hace mucho tiempo; me fijé en él hará unos diez años cuando, siendo un actor jovencísimo, estaba en Aviñón. Me decían que era un buen tipo. Fui a verlo actuar y descubrí que además de ser un buen colega era un excelente actor. Un día, encontrándose en medio de dos películas, aceptó gentilmente acercarse para hacer de figurante en uno de mis cortos, sin preguntar ni poner condiciones. Me pareció adorable de su parte. Pensé inmediatamente en él para el personaje de Edmond porque tiene la edad del papel y porque aunque su aspecto sea juvenil es capaz de expresar una gran madurez. Además, trabaja mucho. La prueba: para superar los ensayos, se aprendió cuarenta páginas de texto ¡en quince días! Conozco a algunos que ya estarían contentos sabiéndose una cuarta parte. Y no sólo se sabía el texto hasta la última coma, sino que se había estudiado su Rostand como un loco... Cuando se dispone de un actor protagonista que se entrega a fondo de tal modo, está dado que los otros vienen detrás. Así, se hicieron verdaderas sesiones de trabajo. Vino con una maquilladora, se colocó un mostacho, los cabellos peinados hacia atrás, y vistió un traje alquilado; preparamos juntos veinte minutos de ensayos. Cuando se presentó ante los productores, éstos, que se mostraban bastante dubitativos, de pronto exclamaron ¡bingo!
Olivier es un actor inmenso. Forma parte de esos actores, pocos, que pueden interpretarlo todo, absolutamente todo. Pero ocurre que la mayoría de las veces se le ofrecen papeles de canalla, de violador, de sádico, o de tipo serio. Hace mucho tiempo que no se lo veía en una comedia. Pensé en él de inmediato, pues al asumir el papel del «gargantuesco» Coquelin, también tenía que ampararse del tan complejo y peculiar del Cyrano, con esa escena de su muerte en particular, en la que ha de hacer olvidar que es un actor para aparecer como un hombre enfrentado a su condición... Y evidentemente estuvo más que perfecto. Es alguien con un humor loco y una bondad sin igual, siempre escucha al otro. De ecuanimidad inquebrantable, jamás lo he visto enervarse, aunque tras ocho horas por día enfundado en botas, pesada coraza y peluca bien habría podido... Se avino a la actuación del grupo con lealtad ejemplar.
AL VER SU PELÍCULA, SE TIENE LA IMPRESIÓN DE QUE HA LOGRADO UNIR A TODO SU REPARTO EN ESE ESPÍRITU DE GRUPO...
¡Tanto mejor! (Ríe). Quería que se tuviera la impresión de ¡una película de «banda»! La presencia de cada actor me ha significado un regalo. Mathilde Seigner, que aceptó encarnar a la actriz harpía con abnegación increíble. Lo que tenía que hacer no era fácil ni en el plano psicológico, ni en el del savoir-faire, ni en el del tempo... Alice de Lencquesaing, a quien conocí, como Thomas, en Aviñón, y quien conmigo creó la pieza Intra Muros, y quien ha reelaborado para la película, con una precisión alucinante, la que fue fiel compañera de Rostand, Rosemonde Gérard... Lucie Boujenah, quien da vida a Jeanne, la pequeña encargada de vestuario catapultada en contra de su voluntad al papel de Roxane la velada de la «première» del Cyrano. Lucie no tenía mucha experiencia y sin embargo sedujo a todo el mundo. Hice audición a cuarenta actrices para el papel. Se lo llevó ella puesto que, al mismo tiempo que era capaz de emanar por igual candidez y madurez, tenía también la voz y la precisión, la juventud y la energía requeribles... Tom Leeb, quien aceptó sin queja asumir el rol de Christian, un papel, como lo canta Jacques Brel, «Beau, beau, beau et con à la fois! (¡Bello, bello, bello y estúpido a la vez!)» que asimismo exigía mucho humor y capacidad para reírse de sí mismo. Tom es un tipo increíble. Lo sabe hacer todo: canta como los dioses, toca la guitarra, tiene sentido de la comedia y de la tragedia. Además, resulta tan atlético como simpático, tan divertido como conmovedor, tan caballeroso como educado. Es mucho. Sin duda demasiado para Francia, donde se prefiere ¡a los actores atormentados! No está haciendo la carrera que se merece (ríe)...
Y después, todavía están Clémentine Célarié, que asumió, con voz de contralto, divertida energía y sentido de la comedia que le son propias, el papel de Sarah Bernhardt... Igor Gotesman, el director de Five, con Pierre Niney, quien interpreta con glotonería el hijo de Coquelin, de escasas luces pero muy gentil... Y Olivier Lejeune, quien se divierte como un loco haciendo el histrión... Y Jean-Michel Martial, cuya jovialidad inalterable y hermosa locuacidad le han permitido componer un conmovedor y generoso Monsieur Honoré... Y mi compañero, socio y productor, Benjamin Bellecour, quien ha experimentado un taimado placer disfrazándose de Courteline... Y Dominique Pinon, impagable como regidor paternalista y bocazas... Y Antoine Duléry... Y Nicolas Briançon... Y Dominique Besnehard, quien aceptó el papel de un director de teatro irascible... Y Pascal Zelcer, quien, al volver a su primer oficio, el de actor, ha dejado su quehacer como agregado de prensa para encarnar a un diseñador de vestuario... No recuerdo a todos... Pero... agradezco aquí a todos haber sabido formar un bello grupo, pese a sus diferencias... Gracias también a mis productores, quienes me han permitido escoger a los actores con total libertad.
¿Y USTED, EN EL PAPEL DE FEYDEAU?
Dar vida a un autor de éxito un tanto antipático para mí ha sido como un guiño. También me permitía ¡entrar en el grupo! Además, me encanta estar en misa y repicando... ¡Es mi lado hiperactivo! Araño un tanto a Feydeau, pero con ternura, pues de hecho ¡adoro su teatro!